CAMINANTE, RE-CONSTRUYE TU SENDA. Conócete a ti mismo para cambiar.
- Francisco Iruela
- hace 16 minutos
- 15 Min. de lectura
Este artículo en realidad es la segunda parte de la anterior entrada. De nuevo, ha sido posible gracias a la también psicóloga y compañera Lucía Castro. De ella es más del 50% de este texto. Puedes visitar su página web https://www.luciacastropsico.com/
Con estos dos textos, hemos querido mostrar cómo podemos cambiar, no habiendo una única manera, sino que los modelos deben de adaptarse a las preferencias y necesidades de las personas.
El héroe/La heroína que llevas dentro
Si la vida fuese un cuento de hadas, todos estaríamos plenamente satisfechos. Nada nos parecería feo, ni necesitaríamos mejorar o deshacernos de cosas (internas o externas); pero desgraciadamente eso es una utopía, así como lo presenta Quevedo “no hay tal lugar”. Las personas necesitamos y buscamos los cambios. Los filósofos existencialistas ya hablaban de la permanente búsqueda de satisfacción. Cambiar, por definición, implica dejar una cosa o situación o convertir o mudar una cosa, para tomar otra. Es decir, dejamos lo antiguo por lo nuevo, podemos ver un antes y un después, un contraste entre lo que había y lo que hay. Pensemos por ejemplo en uno de los propósitos de año nuevo más populares: apuntarse al gimnasio. A principios de este 2025, solamente un 17% de los españoles encuestados había pagado una membresía en un gimnasio en los últimos 12 meses, siendo solamente el 18% de ellos los que habían acudido con regularidad (Statista Consumer Insights, 2025). Parece ser que el lema “año nuevo, vida nueva” para muchos de nosotros dura muy poco. ¿Por qué no somos capaces de mantener estos propósitos de ir al gimnasio de manera regular? Vamos a diferenciar si este cambio que estamos buscando es propio (tengo interés en mejorar mi salud y/o condición física, mantener un hábito de vida saludable) o impuesto (es lo que se espera incluir en los propósitos, me lo ha impuesto el médico). Si los que son impuestos no los llegamos a hacer propios, el pronóstico es bastante malo, no vamos a formalizar el cambio.
¿Qué tienen en común personajes como Frodo (El señor de los anillos), Naruto, June (El cuento de la criada), Don Quijote de la Mancha, Katniss Evendeen (Los juegos del hambre) y tú mismo/a? La necesidad de un cambio. Para estos héroes y heroínas, su vida tal y como la conocían está a punto de cambiar. Tienen por delante un largo viaje, en el que saldrán de sus hogares en busca de un futuro mejor, en algunos casos voluntariamente, en otros de manera impuesta. Lo que no saben, es que ese viaje no solo les llevará lejos de casa, sino que también producirá un cambio profundo en sus personas. Esto es lo que tenemos en común con ellos, esta transformación mental fruto del cambio.
Vamos a adentrarnos un poco más de lleno en el proceso, a imaginar que hemos emprendido nuestro camino del héroe/heroína. Estamos de ruta por una montaña nevada: llevamos un rato caminando, por lo que hemos ido dejando nuestras pisadas en la nieve cuajada. Hemos decidido que no queremos seguir la ruta marcada, sino explorar un poco fuera del camino. Sin embargo, nos hemos perdido. Primero, y aquí viene lo divertido, generalmente vamos a dejarnos bien claro que todo va bien y que no es necesario cambiar absolutamente nada: “si sigo andando al final me toparé con la ruta”, “sigo andando y si me encuentro a alguien pregunto” o “no es para tanto, en breve me oriento”. A esta situación podemos etiquetarla del típico TODO BIEN. Prochaska y DiClemente en su Modelo transteórico del cambio (Prochaska y DiClemente, 1984), lo llaman PRECONTEMPLACIÓN: la persona no es consciente de que algo no funciona bien. Para ella, no hay un problema, por lo que no se plantea hacer las cosas de manera diferente. Encuentra justificaciones, de momento para no mirar en su interior.

Este modelo sobre el cambio surge en un primer momento de los estudios de James O. Prochaska en su interés por conocer (y revolucionar) los estudios sobre el cambio en lo referente a la salud de las personas (DiClemente y Norcross, 2024). Sin embargo, se ha empleado ampliamente en el campo de las adicciones. No siendo exclusivo, ya que también encontramos su aplicación en personas con VIH, trastornos alimentarios, entre otros.
El todo bien lo podemos ver en muchas situaciones: “no necesito hacer ejercicio, si estoy genial”, “fumarse un paquete de tabaco al día lo hace cualquiera” o “yo es que soy así y hay que quererme”. Traduciéndolo, significa que ese inconveniente que ha aparecido no es suficientemente importante como para que hagamos algo al respecto.
Cuando esto no es sostenible:
- Bien porque aquello que nos molesta nos interfiere continuamente en el día a día.
- Bien porque nos genera síntomas psicológicos (“estoy sufriendo, aunque aparentemente todo está bien, por lo que no entiendo qué pasa”).
En palabras de Joseph Campbell (2024): “rechazar una llamada que ha sido oída es nefasto, porque en tus adentros sabes a ciencia cierta que has rehusado una aventura necesaria”. Para él, aquí es cuando se produciría el estancamiento, cuando sé que algo no está funcionando, pero no sé muy bien qué hacer con ello. Vamos a pasar a tratar por todos los medios de que el cambio lo tenga que hacer otro (“es que, si no fuese tan difícil”, “ha ido a pillar”, “es que fulanito es así, me hace la vida imposible”, “el problema lo tiene el otro”, etc.).
Como planteaba Andrés Hurtado, personaje de Pío Baroja en El árbol de la ciencia: “¿Por qué incomodarse, si todo está determinado, si es fatal, si no puede ser de otra manera?”.
¿O sí?
Aquí entramos en la fase DAME UN SEGUNDO (o científicamente hablando, CONTEMPLACIÓN) donde empezamos a plantear la posibilidad de estar perdidos en la montaña, pero todavía tenemos confianza de estar por buen camino. Es decir, sospechamos que algo no va bien, pero no tenemos muy claro si queremos realmente que sea distinto, si depende o no de nosotros…
Aquí aparecerán los llamados cambios de tipo 1, es decir, aquello que viene a ser lo mismo pero disfrazado de algo diferente: como la relación no funcionaba, he dejado a mi ex, pero nos seguimos viendo todos los días y haciendo los mismos planes. Es fácil caer en autoengaños, de manera similar a lo que pasaba en la fase de precontemplación. Autoengañarse, según la RAE significa “sustituir en la mente aspectos de la realidad por otros imaginarios”. Es decir, creernos que estamos cambiando cuando en realidad seguimos haciendo lo mismo: ya no me pongo azúcar en el café, pero sí sacarina; ya no bebo bebidas azucaradas, solo cero, que llevan otros edulcorantes. Son esos primeros intentos por introducir cosas diferentes, pero que realmente nos permiten mantener el hábito; justifican nuestras acciones (ya no he vuelto a comprar azúcar de caña). De esta manera, capeamos la culpa que podemos sentir cuando no hacemos las cosas de manera diferente.
Esta situación de plantear estos primeros cambios, se da gracias a que nos entran las terribles y necesarias dudas llamadas AMBIVALENCIA o “SÍ, PERO” (Miller y Rollnick, 2015): terribles porque nos sumen en un pozo de agonía de múltiples, variadas y disparatadas opciones que nos llevan de un polo a otro. Desde cambiarlo TODO a no cambiar NADA; necesarias porque nos animan a tener una apasionante conversación con nosotras mismas, valorando múltiples escenarios posibles y sus consecuencias: ¿seguimos andando? ¿Esperamos que pase alguien para preguntar? ¿deshacemos el camino recorrido? ¿Nos sentamos a esperar que nos rescaten? ¿no será que alguien ha quitado la señal? Aquí es cuando nos vamos a plantear si es tan necesario hacer algo distinto o si no podríamos quedarnos como estamos: ¿de verdad me he perdido?
Si tenemos suerte, llegamos a la conclusión de que cambiar (o no) la situación (entendido como un evento, interno y/o externo) es responsabilidad nuestra. Resolvemos por lo tanto la ambivalencia (está claro que me he perdido) y, como dice Goethe en unas conversaciones recogidas luego en libro “todo un caudal de sucesos se pone en marcha con aquella decisión”. Es decir, si nos decantamos por el cambio, iniciamos los preparativos para poder ponerlo en marcha. Entendemos que los cambios tipo 1 son insuficientes y que necesitamos algo más, algo realmente distinto a lo que estábamos haciendo y hemos visto que no nos funciona. Estamos en PREPARACIÓN (tengo que hacer algo si quiero encontrar de nuevo el camino). Esto supone planificar espaciotemporalmente cómo vamos a ir haciendo ese cambio (cuándo, cómo, de qué manera, hasta dónde, etc.) y, en consecuencia, podemos poner en marcha ACCIONES que nos acerquen poco a poco a nuestro objetivo. Es ahora cuando ponemos en marcha los cambios tipo 2, los que realmente marcan la diferencia (Nardone & Watzlawick, 1990).
¡Ojo que no siempre va a salir todo bien! Es probable que no nos salga a la primera, que tengamos que recalcular algún paso o que nos cueste un poco más de lo previsto y necesitemos más tiempo. La motivación va a ser un factor altamente importante tanto en el inicio como en el mantenimiento de hacer las cosas de manera diferente. Ya sabes, como los versos de Antonio Machado: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. En referencia a esto, se ha desarrollado la Entrevista Motivacional para trabajar el cambio con las personas en terapia (Miller, 1983; Miller y Rollnick, 1999).
Nos perdimos, asumimos que nos perdimos y pusimos en marcha diferentes estrategias para volver a encontrar el camino (desandar parte del camino, preguntar, seguir las señales, etc.). Algunas estrategias las tuvimos que desechar porque hacían que siguiéramos perdidas, pero otras funcionaron y todavía funcionan. Estamos en el MANTENIMIENTO, aquí ya tenemos más claro para la mayoría de las situaciones qué es lo que nos va bien hacer (en pro del cambio) y qué nos aleja de él. Vamos automatizando poco a poco la “nueva normalidad” y nos podemos sentir algo más descansados. No tenemos que mantener el mismo nivel de alerta que antes, porque hemos ido haciendo muchas pruebas y ha ido saliendo bien (he ido aprendiendo las cosas que necesito hacer, que me van bien, y a evitar lo que me haría volver a la situación inicial).
¿Dónde está el riesgo entonces? Puede ser que me he confiado de más y me he relajado (volviendo a la situación que quería cambiar), o he querido ir más deprisa y me he frustrado (por lo que he decidido volver a la situación que quería cambiar) (CAÍDA). Me he despistado del camino, he querido ir por mi cuenta otra vez, me he saltado la señal que marcaba camino sin salida, y me he vuelto a perder un poco. Por ello, el análisis es tu brújula, por eso conócete a ti mismo para cambiar.
También puede pasar que he creído que no tenía que preocuparme más por repetir hábitos de antes, que me podía permitir con total libertad hacer lo mismo que antes y que no supondría nada para mi “nueva normalidad” (CAÍDA). He decidido volver a hacer un camino alternativo, pasando de señales, indicaciones y recomendaciones de senderistas más expertos y me he perdido totalmente.
Es posible que no solo me haya pasado eso si no que además empiezo a lanzarme mensajes como: “total, ya para que”, renuncio porque me he alejado tanto del camino principal que no merece la pena intentar volver. La he fastidiado, todo el esfuerzo ha sido en vano, jamás voy a conseguirlo, no es para mí…. Etc. Ha habido una vuelta a los patrones antiguos, previos al cambio (RECAÍDA).
¿Es este el final? Claro que no, una caída implica que hemos perdido una parte de la seguridad ganada, de la estabilidad que nos estaba dando el poner en práctica el cambio, nos ha surgido una duda que en primera instancia no hemos sabido cómo afrontar. Ha disminuido nuestra motivación por el cambio. Hemos dejado de priorizar o hemos olvidado parte de los motivos que nos animaron a cambiar en primera instancia. Tendemos a recuperar viejas estrategias que, aunque molestas o dolorosas, nos dan una falsa sensación de seguridad, porque en algún momento nos han funcionado.
Una caída o recaída, por tanto, no es el fin del mundo, no es volver al punto de partida, porque la situación de tu mente es diferente (Campbell, 2024). Tenemos que jugar con que el cambio se ve influido por la siguiente fórmula: MOTIVACIÓN + COMPROMISO + PLANIFICACIÓN + ACCIÓN. Desde luego, es más fácil volver al camino retrocediendo unos metros que unos kilómetros, pero no significa que sea imposible. Tenemos algo a nuestro favor, y es que no partiremos de cero como la primera vez que nos hemos enfrentado a la montaña, ahora sabemos dónde hay que pisar, qué caminos es mejor evitar y qué atajos son buenos. Esto significa que tenemos la oportunidad de reanalizar los datos que sabemos: qué ha podido suscitar que volvamos a las viejas estrategias, qué factores de protección no estaban disponibles, qué factores de riesgo han estado presentes, cómo hemos conseguido frenar la caída-recaída.
EL CAMBIO está vivo siempre que la persona se esté esforzando y trabajando por conseguirlo, no es por tanto una meta, sino un CAMINO (sé que estamos en primavera porque recorro y exploro los campos verdes y floridos), un viaje heróico que el individuo emprende hacia su interior para hallar nuevas formas estructuradoras que ya no encuentra en el exterior (Campbell, 2024). El cambio requiere estabilidad y flexibilidad (Nardone & Watzlawick, 1990):
● Estabilidad para que se entienda que se está consiguiendo, tiene que haber constancia.
● Flexibilidad para introducir adaptaciones y mejoras que me permitan ajustarme a mis necesidades del momento.
Cualquier acción que realizamos en el día a día requiere de una toma de decisiones y de un proceso de cambio, generalmente, de la inactividad a la actividad. Evidentemente no somos conscientes de todo esto porque no podríamos funcionar. Nuestro cerebro utiliza atajos para poder atender a todas sus funciones sin perecer en el intento. De manera muy resumida, estos atajos pueden entenderse como automatizaciones de muchas acciones y procesos. Con el tiempo, esto que nos cuesta tanta atención, planificación, esfuerzo y motivación hoy, se irá automatizando (aunque sea en parte), por lo que gastaremos menos recursos y no lo tendremos tan presente. Esto se traduce en que nos resultará más fácil (más natural) mantener ese cambio.
Pensemos en cuando aprendemos a atarnos los zapatos. Al principio son una serie de movimientos imposibles, nudos y lazos, que nos obliga a mantener toda nuestra atención. Nuestros (todavía) torpes dedos tienen que practicar para poder ejecutar esas lazadas que permitirán que el zapato no salga volando cuando tratemos de caminar. Pensemos ahora en cuándo fue la última vez que prestamos atención cuando nos atamos los zapatos. Pues eso, que aquello que en su día fue altamente complejo, podemos llegar a automatizarlo. Conforme ponemos en práctica una y otra vez los cambios, estos se transforman en hábitos. Con el paso del tiempo, nuestra mente nos hace creer que esos movimientos son naturales y sencillos. Cosa que no sucedió realmente así en un principio.
Mejor la renuncia al caos.
Hay una evidencia muy clara acerca de cómo damos orden a la experiencia y eso nos ayuda a reducir la incertidumbre y el caos (Cui, Ding, Yu, Zhang & Li, 2024). Construir patrones, atribuir significados a la experiencia, alimenta nuestro sentido de continuidad, lo cual equivale a sentir confianza en nosotros mismos, el mundo y el futuro (Guidano & Quiñones, 2018).
En este punto nos viene al hilo la definición de cambio de Rodrigo Cortés en su verbolario, entendiéndolo como “desprenderse de lo que uno creía que era”. ¿Por qué es tan acertada podemos preguntarnos? Pues bien, porque explica que los cambios que deseamos suponen abandonar lo conocido y adentrarse en la novedad. Esto significa pasar de lo que es seguro y apostar por lo nuevo. Así explicado, tiene sentido que nos resistamos a los cambios ¿verdad? El cambio supone dejar de dar por hecho ciertas características nuestras o partes conocidas. Ampliar la perspectiva y tener en cuenta otras definiciones, otros significados.
¿Cómo podemos saber que estamos en esta situación? Generalmente nos diremos cosas como: “soy incapaz”, “seguro que fracaso”, “no merece la pena ni intentarlo”, lo que nos llevará a sentir emociones como el enfado, la frustración o el miedo, o ansiedad ante lo novedoso. Si, además, le sumamos una dificultad para planificarnos en función de nuestras prioridades y planificar nuestros siguientes pasos, terminamos calificándonos de tener pereza, vaguería, en fin, procrastinación.
Cuando queremos cambiar y no encontramos la forma de hacerlo, estamos estancados, como cuando caminamos por el campo después de unas fuertes lluvias: nos costará mucho avanzar por la cantidad de fango, incluso puede que nuestros pies queden atrapados y nos cueste mucho salir de ahí.
Este fenómeno es frecuente y totalmente normativo, pero es muy genérico. Aquí deberemos hacernos la(s) siguiente(s) pregunta(s):
● ¿Qué significaría realizar ese cambio?
● ¿Qué habría distinto (en ti, en el mundo)?
● ¿A qué tendrías que renunciar?
● ¿Qué ganarías?
● ¿Qué pierdes si cambias?
● ¿Qué evitaría malo quedándome como estoy?
Cuando resuelvo mi ambivalencia y la de todos mis compañeros
Qué bueno es para uno mismo poder vivir el proceso de cambio, experimentar las consecuencias que trae consigo, poder echar la vista atrás y valorar todo el esfuerzo realizado, los obstáculos superados y lo que hemos aprendido. Pero ¿qué debemos ver también? Lo mucho que nos costó convencernos del cambio. ¿Cómo vamos a reprimirnos si nuestra (inserte relación) está pasando por LO MISMO? ¿No vamos a compartir nuestra experiencia adquirida, nuestros atajos?
Vamos a tirar de tópico y ser “un poco egoístas” precisamente para no ser egoístas. No hay dos procesos iguales, no existe ese “lo mismo” que creemos tener delante. Pensemos en dos personas que se quedan atrapadas en un ascensor, o en dos amigas que van a ver una película al cine, ¿van a contar la situación exactamente con las mismas palabras? ¿han sentido, pensado y dicho exactamente lo mismo? ¿O puede que incluso den versiones totalmente distintas comparadas con la otra, o incluso opuestas?
El proceso de cambio es personal, único e intransferible, como nuestro ADN. Todos tenemos una secuencia de ADN (nuestras instrucciones genéticas que nos hacen ser quienes somos), al igual que todos podemos poner en marcha un cambio. Pero, así como no hay dos personas genéticamente iguales (es decir, clones), no hay dos cambios específicamente iguales. Si bien es cierto que hay una parte común, en el caso del ADN los nucleótidos (que son los mismos para todos), el orden de secuenciación es diferente en cada persona. Lo mismo pasa con los cambios, la historia de la persona, sus aprendizajes, la gente de la que se rodea… todos esos factores van a influir en cómo se manifieste y gestione el cambio. Lo cual será diferente para cada persona, como el ADN. Las pinturas de Dalí respecto a la estructura del ADN y el ser humano son un buen reflejo de lo que estamos hablando.
Por lo tanto, aquello que queremos atajar con nuestras ganas de ayudar, con nuestras buenas intenciones, puede tener el efecto contrario en nuestro ser querido. Es como hacernos un traje a medida y prestárselo a alguien, no le va a quedar igual que a mí, ¿cierto? El cambio, ante todo, debe ser una decisión consciente y libre, para que pueda haber un compromiso, planificación y motivación para el cambio. Es por eso que, si tratamos de imponérselo a otra persona a través del control “por su bien”, va a resultar un proceso cuanto menos frustrante.
Sin embargo, formas con las que sí podemos ayudar puede ser:
● ¿Qué necesitas?
● Estoy aquí para acompañarte, no te presionaré ni juzgaré.
● Tomate el tiempo que necesites, tú marcas tus propios tiempos.
● Puedes hacer un compromiso conmigo, seré tu “supervisión externa” para esos primeros momentos.
Recuerda el esfuerzo que te costó llegar a la etapa de cambio en la que estás, las dudas que te surgieron y como lograste resolver esa ambivalencia a cada paso. Como explica Siddharta (en el libro del mismo nombre de Herman Hesse) a Govinda: “Buscar significa tener un objetivo. Encontrar, sin embargo, significa estar libre, abierto, no tener ningún fin”. No trates de privarle o acortarle ese proceso a la persona que tienes al lado, porque precisamente es ese proceso lo que ha hecho que hayas llegado a dónde estás, y lo que ha hecho (y hará) que puedas mantenerte en el cambio a pesar de las pequeñas y grandes caídas que puedas llegar a tener.
Todavía ChatGPT no puede construir estas conclusiones
Como hemos visto a lo largo de estos dos artículos, hay varios caminos para cambiar (hemos elegido dos modelos entre tanta oferta disponible). Todas las maneras de cambiar tienen en común un análisis interno sobre las dificultades del cambio, así como un plan de acción. Es apropiada la metáfora de la persona como científico que crea teorías y las refuta modificándolas o verificándolas (Kelly, 2001). La conducta como experimento, que nos lleva a reelaborar. En el fondo, es lo que hace más de 2500 años estaba inscrito en el pórtico del templo Apolo, en el oráculo de Delfos. Conócete a ti mismo. Resumiendo: conócete a ti mismo para cambiar aunque anticipes el miedo de invalidarte. Cuánto más te conoces, más conoces tus circunstancias y eso tiene una relación estrecha con el bienestar. Menos síntomas psicológicos implica más metacognición (Semerari, 2013).
Estos dos modelos brindan miradas complementarias hacia el cambio. Ya sea mediante la relación terapéutica o a través de un proceso de introspección, hemos visto factores esenciales que se dan en ambos modelos: toma de conciencia, reevaluación y experimentar conductas alternativas. A través de este conocimiento, puedes reconstruir la percepción de ti mismo con evidencia. Una nueva percepción de ti mismo, más cercana a la ideal (mi vida sin el problema o mi vida con un estilo de vida más saludable/deseable) alimenta la motivación para la prevención de recaídas y el mantenimiento de dichos cambios (Krebs, Norcross, Nicholson & Prochaska, 2018).
Ahora te toca a ti, decidir cuál de las dos miradas es más coherente para ti, cuál se acopla a tu personalidad y te hace más sentido. Cada cual debe de emprender su camino de héroe o heroína. Pero siempre recuerda que 4 ojos ven más que dos.
Bibliografía:
-Campbell, J. (2024). Mito y sentido. Conversaciones en torno a la mitología y la vida. Gerona: Atalanta.
Cui, Z., Ding, X., Yu, L., Zhang, H., & Li, M. (2024). The deficit in cognitive reappraisal capacity in individuals with anxiety or depressive disorders: Meta-analyses of behavioral and neuroimaging studies. Journal of Affective Disorders, Advance online publication. https://doi.org/10.1016/j.jad.2024.05.001
-DiClemente, C. C., y Norcross, J. C. (2024). James O. Prochaska (1942–2023). American Psychologist, 79(1), 151. https://doi.org/10.1037/amp0001240
-Guidano, V. F., & Quiñones, A. T. (2018). El modelo cognitivo post-racionalista: Hacia una reconceptualización teórica y clínica (2ª ed.). Bilbao: Desclée de Brouwer.
-Hebb (1949). La organización de la conducta. Nueva York: Wiley ed.
-Kahneman, D., y Tversky, A. (1979). Prospect Theory: An Analysis of Decision under Risk. Econometrica, 47(2), 263–291. https://doi.org/10.2307/1914185
-Kelly, G. (2001). Psicología de los constructos personales: Textos escogidos. Barcelona: Paidós.
-Krebs, P. M., Norcross, J. C., Nicholson, J. M., & Prochaska, J. O. (2018). Stages of change and psychotherapy outcomes: A review and meta-analysis. Journal of Clinical Psychology, 74(11), 1969–1984. https://doi.org/10.1002/jclp.22645
-Melo, M. F. (2025, 3 enero). ¿Incluirás el gimnasio en tu rutina este nuevo año? Statista Daily Data. https://es.statista.com/grafico/27265/porcentaje-de-encuestados-que-pagaron-por-membresias-de-gimnasios-en-los-ultimos-12-meses/
-Miller, W. R. (1983). Motivational interviewing with problem drinkers. Behavioural Psychotherapy, 11(2), 147–172. https://doi.org/10.1017/S0141347300006583
-Miller, W., & Rollnick, S. (2015). La entrevista motivacional: ayudar a las personas a cambiar. Barcelona: Paidós.
-Miller, W., & Rollnick, S. (1999): La Entrevista Motivacional. Preparar para el cambio de conductas adictivas. Barcelona: Paidós.
-Nardone, G., & Watzlawick, P. (1990). El arte del cambio: Manual de terapia estratégica y de hipnosis sin trance. Barcelona: Herder.
-Prochaska, D.O. and DiClemente, C.C. (1984) The transtheoretical approach: Crossing traditional boundaries of therapy. Malabar: Krieger Publishing Company.
-Semerari, A. (2013). Psicoterapia cognitiva del paciente grave, metacognición y relación terapéutica. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Comentarios